Valencia, 13/10/2009
Laura Gutman reflexiona en su nuevo libro sobre diferentes cuestiones: ¿Por qué estamos tan necesitados de recibir. Cómo podemos ponermos al servicio del otro. Cómo obtener recursos adecuados a nuestro estilo de vida, normalmente ajetreado y lleno de obligaciones”. Y también, afirma, “sobre el lujo de otorgarnos la libertad de pensar con autonomía qué, cómo, dónde, cuándo y con quién queremos comer y dar de comer.
Con quién y cómo queremos nutrirnos de amor. Claro que éste no es un libro de cocina, tampoco un recetario con indicaciones sobre cómo cocinar una hermosa y exitosa vida. La buena y la mala noticia es que sólo cada uno de nosotros sabemos cómo poner en práctica ciertos cambios, siempre y cuando estemos dispuestos a abandonar el beneficio oculto que nos mantenía en costumbres antiguas. Cambiar no es fácil.
Tengo la íntima percepción de que los verdaderos cambios serán femeninos. Porque se producen en la intimidad de cada vínculo amoroso. Y somos las mujeres quienes, históricamente, hemos tenido en nuestras manos los secretos de la afectividad entre los humanos. Por eso nos corresponde hacernos cargo de nuestro legado y emprender, cada una de nosotras, una pequeña gran revolución en nuestra casa. Silenciosa, susurrante, amorosa, suave y bellamente poderosa”.
La comida material que ingerimos, que introducimos dentro de nuestro cuerpo y que entra en contacto directo con los rincones más ocultos de nuestro ser interior, es manifiestamente análoga al origen de lo que somos y de lo que devenimos a cada instante. El hecho de procurar alimento y comer —acto que repetimos varias veces al día— es tal vez la principal actividad de todo ser viviente. A través de toda la historia de la humanidad, en todas las culturas, religiones, regiones del mundo y filosofías, lo que hacemos todos es comer. Para sobrevivir. Pero también para nutrir el flujo vital constante. Nuestro crecimiento y desarrollo espiritual están íntimamente ligados al alimento. Por otra parte, todo vínculo afectivo es también alimento espiritual. De hecho, el primer vínculo humano, es decir, la experiencia de contacto que hemos recibido —o no— en brazos de nuestra propia madre, será reflejo de prácticamente todo nuestro futuro, porque aprenderemos a nutrir a otros y a ser nutridos según los parámetros de esta primera experiencia vital. Profundamente, no hay grandes diferencias entre alimento material y alimento espiritual. Son dos facetas del mismo principio. Nos nutrimos de pan y de amor. Nos contaminamos con insecticidas o con envidia. Por eso es similar que contaminemos el planeta o que comamos comida energéticamente vacía.
Vivimos tiempos muy duros, en los que la destrucción del planeta es una realidad cotidiana imposible de negar. Todos los seres humanos estamos implicados en este deslizamiento hacia la contaminación del agua, del aire, de la tierra y de la naturaleza en su conjunto. Asombrosamente, coincide con una época en que la maternidad como símbolo de nutrición ha perdido todo valor social. Las mujeres y los hombres hemos llegado a ser tan estériles como los bosques podados. La circulación de la familia reunida o de la comunidad como eje central de las relaciones va perdiendo sentido en medio del egoísmo y el consumo desenfrenados.
Al mismo tiempo, el valor del alimento armonioso ha perdido terreno en la vorágine de nuestra vida ciudadana. El desarraigo y la distancia que aumentan cada día respecto a la tierra, los ríos, la selva y la naturaleza en todas sus expresiones es un hecho palpable, que las mujeres posiblemente sufrimos sin conciencia. Estamos lejos de los ciclos vitales naturales y cada vez más distanciadas de nuestros propios ciclos femeninos, que son expresión pura de nuestro contacto con el universo. Agotadas y con los relojes internos desajustados, no sabemos cuándo ovulamos, ni cuándo sangramos, ni cuándo comemos, ni cuándo soñamos. Nuestro nexo natural con la naturaleza viviente va perdiendo fluidez, armonía, tiempo y silencio. El alimento material nos resulta ajeno, tan ajeno como nuestro propio cuerpo, como el río más cercano que no conocemos, como la respiración pausada que no respiramos, como el ritmo cardíaco que no atendemos. Hacia allí vamos.
Laura Gutman dirige el centro Crianza. Es terapeuta familiar, especializada en la atención de madres y padres de niños pequeños. Es profesora en la Escuela de Capacitación Profesional de Buenos Aires y supervisa al equipo de profesionales que trabajan dentro de esta institución brindando asistencia. Da conferencias en Argentina, Uruguay y España. Es autora de los libros La maternidad y el encuentro con la propia sombra y Puerperios y otras exploraciones del alma femenina y Crianza publicados por Integral.
Enlace: www.lauragutman.com.ar



