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15 jun 2015 NCV (Noticias Comunitat Valenciana)

Memoria histórica y poder

Valencia, 15/06/2015, Mario Beltrán Pilato
En 1989, hace ya unos cuantos años, se celebraron las elecciones para la renovación de presidente y junta directiva de la Asociación de la Prensa Valenciana. A la candidatura “oficialista”, apoyada por empresas periodísticas, formaciones políticas y sindicatos del sector, un grupo de periodistas presentamos una alternativa cuyo objetivo era meramente profesional y de dignificación de nuestro papel en la sociedad. Las elecciones se celebraron y las ganamos.

De esta forma fui elegido presidente de una institución propiedad de los periodistas valencianos con titulación oficial con instalaciones (rotativas, talleres, redacción sede…), así como servicios de la importancia de la asistencia sanitaria a través de un ambulatorio y un cuadro médico de prestigiosos especialistas, que permitían a los socios y sus familiares la gratuidad en la prestación de dichos servicios.

Esa misma noche, y tras las elecciones, se produjo una reunión en el Palau de la Generalitat en la que un grupo de periodistas con altos cargos en la Administración y diversos medios de comunicación (oficiales y privados), expusieron al entonces presidente de la Generalitat, Joan Lerma, la necesidad de “desmontar” a ese grupo independiente e incontrolado ante la Administración y las propias empresas periodísticas. Nos dieron dos semanas de vida.

Sin entrar en detalles de lo que nos encontramos allí, si diré que la situación era muy complicada por que se acababa el periodo de carencia concedido para comenzar a amortizar el préstamo que fue destinado a la adquisición de las nuevas instalaciones y la rotativa de la Carrera de Malilla.

Discrepancias ante los informes económicos internos presentados nos llevaron a realizar una auditoría por parte de la sociedad que también audita a otros medios como El País, TVE o el Levante, entre otros. Si la daban por mala, también deberían darla por mala la de dichos medios.

El resultado fue que nos encontrábamos en quiebra técnica, y que los casi 200 millones de pesetas de la época que ingresó Hacienda en concepto de beneficios, nos fueron devueltos por la misma Hacienda.

La Asociación editaba la conocida Hoja del Lunes, que llego a tener una difusión bajo mi mandato de cien mil ejemplares. Esto era mucho porque en aquel entonces los medios escritos ejercían lo que ahora han perdido: influencia en los poderes fácticos.

Cómo iban a consentir que unos jovenzuelos sin amo hicieran lo que quisieran. Y comenzó la guerra. Y lo que no habían conseguido en las urnas, lo hicieron dos años después, sin importarles los cientos de trabajadores, jubilados y la propia institución.

¿Cómo? Muy fácil, el primer paso, tras comprobar que no nos dejábamos manipular, fue la retirada del importante paquete que representaba la publicidad institucional. El segundo propiciar que las entidades financieras con las que trabajábamos y se encontraban bajo su control, nos retiraran la posibilidad de los típicos instrumentos de financiación como el descuento del papel. Y el tercero, y quizá el más doloroso, mediante la persuasión a muchos de los socios-periodistas de que podían perder sus trabajos.
Tardaron más de dos angustiosos años, periodo en el que la Hoja del Lunes dejó de tener el monopolio de los lunes, que tan bien nos venía a los profesionales al poder disponer de un día de descanso y contacto familiar, para dar el siguiente. Salir ellos también los lunes. Algo lícito, pero que fue hecho por parte de Levante de forma unilateral y silenciosa, pensando que si nos tumbaban la mayoría de nuestros lectores irían a engrosar sus filas y podrían superar a Las Provincias. O lo que es lo mismo, ganar más dinero, porque el número uno es el que se llevaba la mayor tarta del pastel publicitario.

A esa decisión adoptada por Levante y seguida, como es natural por el resto también le costó cuajar e importantes cantidades de dinero. A penas vendían los lunes unos 20.000 ejemplares entre todos. Los datos de la OJD lo confirman, frente a los más de 60.000 de la Hoja del Lunes y los 10.000 y hasta 20.000 del diario Hoja de Valencia que creamos por decisión de la asamblea, para contrarrestar la situación.

Al final perdimos, por supuesto, presentamos nuestra dimisión y nos fuimos.

Viene todo esto al caso porque lo intentaron todo. Hasta me llegaron a ofrecer un puesto de Trabajo si me iba de la presidencia y de la dirección de los dos periódicos. Algo que naturalmente rechacé. Todo ello, sin explicar la campaña de desprestigio personal a la que fui sometido. A pesar de que en seis meses de mandato pasamos de los números rojos a beneficios reales.

Siguieron las presiones a los compañeros más vulnerables y ocurrió lo que expuse en una de nuestras multitudinarias asambleas: “Si nosotros nos vamos y dejáis de luchar todo nuestro patrimonio y los puestos de trabajo y servicios desaparecerán y en tercera subasta pactada”. Así ocurrió.

Pero Mario Beltrán y su equipo no la cerraron, la defendieron hasta el final porque sabíamos lo que iba a ocurrir y cuáles eran sus pretensiones: borrarnos del mapa.

La moraleja de este capítulo al que yo denomino “un falso otoño”, no es otra que el temor a que se vuelva a repetir la historia en la actitud de los nuevos gobernantes, que han demostrado ser muy capaces de unirse para acabar con el rival, con el que no es de los suyos.

Si no ganamos de forma democrática lo haremos por otros métodos: como los pactos aunque sean antinatura.

Vamos a tener que estar muy vigilantes ante lo que nos puede venir. Ahora son políticas de gestos como lo de ir sin corbata (a quién le importa la corbata), pero sí nos importa el objetivo manipulador o mediático de no llevarla.

Y todo lo que aquí he reflejado lo conocen muy bien, porque estaban en el poder o muy cerca del poder, como hoy lo siguen estando y además, algunos de ellos no han tenido ningún reparo en reconocerlo. Es más, algunos de ellos hasta nos han defendido explicando lo que de verdad ocurrió.

El panorama mediático ha cambiado rotundamente, pero sigue siendo una auténtica verdad que sin periodistas no puede haber libertad. Y que sin respeto a las reglas de la democracia tampoco tendremos libertad, algo que es patrimonio de todos.

A estas alturas no se puede cambiar el asambleismo por la sociedad civil, que es la que hay que potenciar de forma libre y fuerte y es la primera que unos y otros han querido destruir o debilitar.

Hay que mejorar las regla actuales del juego, no aplicar las que tristemente demostraron en el pasado su ineficacia y sus efectos de devastadora injusticia.

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