Valencia, 17/06/2015, Mario Beltrán Pilato (mbeltranpilato@gmail.com)
Quizá el puesto de trabajo que me llevó a comprender mejor nuestra especial idiosincrasia como valencianos fue el de director de comunicación de la Confederación Empresarial Valenciana (CEV). Acababa de dejar el diario Las Provincias.
Era el año 1989 en el que se empezaba a gestar una verdadera estrategia para desplazar al PSPV-PSOE del poder de las instituciones valencianas: La autopista Valencia-Madrid, histórica reivindicación, fue el eje elegido.
Comenzaron los contactos entre organizaciones empresariales e instituciones económicas valencianas para exigir al Gobierno socialista de la nación su construcción, apoyándose en numerosos estudios y en una realidad necesaria que no llegaba nunca: la mejora viaria entre Valencia y Madrid.
Pero la Comunidad Valenciana no ha tenido nunca un gran peso específico en la capital de España que es donde se toman las grandes decisiones. Todo ello a pesar que la valenciana era, en aquellos años, la segunda federación socialista por importancia.
Unos meses antes puede comprobar en primera persona esa falta histórica de peso de los valencianos en el centro de las decisiones. Era la segunda vez que asistía como periodista a las “citas” de varios días que el Ministerio de Economía organizaba para profesionales de las secciones de economía de toda España y en un ambiente de trabajo, pero también distendido se nos explicaban, para que luego nosotros desde nuestros respectivos medios diéramos cuenta, todos los cambios que se iban a producir en materia tributaria en el siguiente ejercicio.
Fue en el parador de Baiona (Vigo) con la asistencia de Josep Borrell como ministro de Hacienda, cuando se nos explicó a los asistentes los planes de inspección, entre otras muchas cuestiones, apareciendo la Comunidad Valenciana como la primera, tanto en número como en medios técnicos y humanos para realizar dichas inspecciones.
Horas después y tras una abundante cena y ya en un ambiente distendido el entonces secretario de Hacienda, Antonio Zabalza, y ante las explicaciones pedidas por nosotros los periodistas valencianos, nos confesó que la valenciana era una sociedad pacífica, que no reaccionaba y que por ello había sido elegida para realizar planes piloto y blanqueo de sectores. Como así fue.
En esos meses siguientes fontaneros, panaderos, empresarios de toda índole fueron acosados, porque esa es la palabra. Sin capacidad de negociación las multas eran ingentes y el objetivo conseguido: “pasarán años antes de que se les olvide la lección”.
También nos afirmó que esos planes piloto, ese blanqueamiento de sectores hubiera sido imposible realizarlo en otras autonomías como la catalana, con una sociedad civil fuerte y movilizada capaz de hacer la vida imposible a los inspectores y los técnicos y hasta a sus hijos en los colegios.
Los valencianos estábamos más solos que la una, sin una estructura fuerte de sociedad civil y desvertebrados territorialmente, como así desgraciadamente seguimos.
De nada nos servía el dinamismo de nuestra economía, la riqueza y diversidad de su tejido productivo si éramos, y seguimos siendo, incapaces de unirnos al margen de ideologías y enfrentamientos territoriales. Volvieron a aparecer las actitudes maniquesitas, de buenos y malos, esas que les gustan tanto al poder porque sabe muy bien que dividiendo es la mejor forma de mantener su estatus. Ya lo dijo Julio César: “divide y mantendrás el poder”.
Qué decir tiene que como periodista hice buena cuenta de la información denunciando hasta la saciedad esa evidente discriminación.
Líderes de barro, nuestros máximos gobernantes, incapaces de plantar cara a Madrid, a su propio partido, sociedad civil inexistente, desvertebración territorial…. Son características perfectas para ese pacifismo y falta de reacción que siempre se ha confundido con actitudes individualistas de los valencianos.
Y la historia se repetía y se repite, da igual el sector económico, político, social o mediático: Siempre se ha fomentado la existencia de dos partes enfrentadas y si no las había se creaban en un ejercicio de la distracción, de confusión, apelando, además, a los más peligroso e irracional: a los sentimientos de los ciudadanos como la lengua o los signos de identidad de nuestro pueblo.
Pero, sin duda alguna, esta sociedad de la que todos formamos parte, también tiene parte de culpa por omisión. Y mucha.
Ya lo dijo Burke: “para que el mal triunfe solo hace falta que los hombres buenos no hagan nada”.
Hemos asistido a batallas estériles y falsas, a la destrucción de nuestro sistema financiero autónomo, a dispendios incomprensibles, por su desaforado coste económico, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a la demesurada ampliación de las instalaciones feriales, a grandes eventos con poco retorno, y tantos otros casos que hoy se encuentran en los tribunales o a sus puertas, así como la especulación y el enriquecimiento de unos pocos a base del esfuerzo de otros muchos: los ciudadanos. En otras palabras: la privatización de las plusvalías generadas por la intervención administrativa.
Ahora y como ciudadanos nos enfrentamos a un gran reto: no permitir que el frentismo sea una arma en manos de la clase política que vuelva a fracturar y dividir a nuestra débil sociedad. Porque los primeros signos de los nuevos gobernantes apuntan hacia ese camino. Se les ha votado para que gestionen, para que defiendan los intereses de su pueblo, para que corrijan y denuncien y actúen en consecuencia, si es el caso, todo lo que se ha hecho mal. Pero no se les ha votado, por lo menos por parte de la mayoría de los ciudadanos, para que se abra un nuevo frente de rencor, revanchismo o descalificaciones.
Ya tienen el poder, pues ahora a ejercerlo con responsabilidad y respeto.
Quizá el puesto de trabajo que me llevó a comprender mejor nuestra especial idiosincrasia como valencianos fue el de director de comunicación de la Confederación Empresarial Valenciana (CEV). Acababa de dejar el diario Las Provincias.
Era el año 1989 en el que se empezaba a gestar una verdadera estrategia para desplazar al PSPV-PSOE del poder de las instituciones valencianas: La autopista Valencia-Madrid, histórica reivindicación, fue el eje elegido.
Comenzaron los contactos entre organizaciones empresariales e instituciones económicas valencianas para exigir al Gobierno socialista de la nación su construcción, apoyándose en numerosos estudios y en una realidad necesaria que no llegaba nunca: la mejora viaria entre Valencia y Madrid.
Pero la Comunidad Valenciana no ha tenido nunca un gran peso específico en la capital de España que es donde se toman las grandes decisiones. Todo ello a pesar que la valenciana era, en aquellos años, la segunda federación socialista por importancia.
Unos meses antes puede comprobar en primera persona esa falta histórica de peso de los valencianos en el centro de las decisiones. Era la segunda vez que asistía como periodista a las “citas” de varios días que el Ministerio de Economía organizaba para profesionales de las secciones de economía de toda España y en un ambiente de trabajo, pero también distendido se nos explicaban, para que luego nosotros desde nuestros respectivos medios diéramos cuenta, todos los cambios que se iban a producir en materia tributaria en el siguiente ejercicio.
Fue en el parador de Baiona (Vigo) con la asistencia de Josep Borrell como ministro de Hacienda, cuando se nos explicó a los asistentes los planes de inspección, entre otras muchas cuestiones, apareciendo la Comunidad Valenciana como la primera, tanto en número como en medios técnicos y humanos para realizar dichas inspecciones.
Horas después y tras una abundante cena y ya en un ambiente distendido el entonces secretario de Hacienda, Antonio Zabalza, y ante las explicaciones pedidas por nosotros los periodistas valencianos, nos confesó que la valenciana era una sociedad pacífica, que no reaccionaba y que por ello había sido elegida para realizar planes piloto y blanqueo de sectores. Como así fue.
En esos meses siguientes fontaneros, panaderos, empresarios de toda índole fueron acosados, porque esa es la palabra. Sin capacidad de negociación las multas eran ingentes y el objetivo conseguido: “pasarán años antes de que se les olvide la lección”.
También nos afirmó que esos planes piloto, ese blanqueamiento de sectores hubiera sido imposible realizarlo en otras autonomías como la catalana, con una sociedad civil fuerte y movilizada capaz de hacer la vida imposible a los inspectores y los técnicos y hasta a sus hijos en los colegios.
Los valencianos estábamos más solos que la una, sin una estructura fuerte de sociedad civil y desvertebrados territorialmente, como así desgraciadamente seguimos.
De nada nos servía el dinamismo de nuestra economía, la riqueza y diversidad de su tejido productivo si éramos, y seguimos siendo, incapaces de unirnos al margen de ideologías y enfrentamientos territoriales. Volvieron a aparecer las actitudes maniquesitas, de buenos y malos, esas que les gustan tanto al poder porque sabe muy bien que dividiendo es la mejor forma de mantener su estatus. Ya lo dijo Julio César: “divide y mantendrás el poder”.
Qué decir tiene que como periodista hice buena cuenta de la información denunciando hasta la saciedad esa evidente discriminación.
Líderes de barro, nuestros máximos gobernantes, incapaces de plantar cara a Madrid, a su propio partido, sociedad civil inexistente, desvertebración territorial…. Son características perfectas para ese pacifismo y falta de reacción que siempre se ha confundido con actitudes individualistas de los valencianos.
Y la historia se repetía y se repite, da igual el sector económico, político, social o mediático: Siempre se ha fomentado la existencia de dos partes enfrentadas y si no las había se creaban en un ejercicio de la distracción, de confusión, apelando, además, a los más peligroso e irracional: a los sentimientos de los ciudadanos como la lengua o los signos de identidad de nuestro pueblo.
Pero, sin duda alguna, esta sociedad de la que todos formamos parte, también tiene parte de culpa por omisión. Y mucha.
Ya lo dijo Burke: “para que el mal triunfe solo hace falta que los hombres buenos no hagan nada”.
Hemos asistido a batallas estériles y falsas, a la destrucción de nuestro sistema financiero autónomo, a dispendios incomprensibles, por su desaforado coste económico, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias, a la demesurada ampliación de las instalaciones feriales, a grandes eventos con poco retorno, y tantos otros casos que hoy se encuentran en los tribunales o a sus puertas, así como la especulación y el enriquecimiento de unos pocos a base del esfuerzo de otros muchos: los ciudadanos. En otras palabras: la privatización de las plusvalías generadas por la intervención administrativa.
Ahora y como ciudadanos nos enfrentamos a un gran reto: no permitir que el frentismo sea una arma en manos de la clase política que vuelva a fracturar y dividir a nuestra débil sociedad. Porque los primeros signos de los nuevos gobernantes apuntan hacia ese camino. Se les ha votado para que gestionen, para que defiendan los intereses de su pueblo, para que corrijan y denuncien y actúen en consecuencia, si es el caso, todo lo que se ha hecho mal. Pero no se les ha votado, por lo menos por parte de la mayoría de los ciudadanos, para que se abra un nuevo frente de rencor, revanchismo o descalificaciones.
Ya tienen el poder, pues ahora a ejercerlo con responsabilidad y respeto.