Opinión
Valencia, 12/06/2009
1959 fue un año importante en la historia de la cinematografía, fundamentalmente, por motivos temporales. Esa temporada cerraba la década de los dorados cincuenta y el séptimo arte se encaminaba hacia su transformación en el nuevo decenio. Los sesenta supusieron, en líneas generales, un cambio de tendencia. Se abandonó el sentido clásico, en su vertiente más estricta, y los cineastas orientaron sus lentes y sus plumas hacia nuevas líneas creativas. La novelle vague francesa, que defendía por encima de todo la libertad de expresión y la independencia total en las formas técnicas, fue el paradigma del cambio definitivo en el mundo del cine.
En 1959 se estrenan Los cuatrocientos golpes, de Truffautt, Al final de la escapada, de Godard, Orfeo negro, de Marcel Camus, Hiroshima, mon amour, de Alain Resnais, y un año antes, Claude Chabrol había presentado su El bello Sergio. A estos creadores les seguirían pronto nuevos nombres como Louis Malle, Jacques Rivette, Eric Rohmer o Agnès Varda. El trabajo de aquellos jóvenes realizadores franceses, originaron reacciones afines en todo el planeta. Así, otra nueva ola de directores británicos, cansados del excesivo formalismo dramático y narrativo hollywoodiense y anglosajón, impulsaron el denominado free cinema. Tony Richardson, Lindsay Anderson o Jack Clayton, fueron algunos de esos jóvenes creadores que decidieron seguir el ejemplo de sus coetáneos galos y mostraron su obra bajo un nuevo prisma cinematográfico.
Pero los británicos y franceses no fueron los únicos rebeldes: desde el norte de Europa, un inclasificable y genial autor sueco, Igmar Bergman, nos legaba otra de sus joyas: El manantial de la doncella. En el exótico Oriente, más concretamente en la India, Satyajit Ray rueda su maravillosa Apu Sansar (El mundo de Apu); y más hacia al este todavía, desde Japón, Akira Kurosawa se postuló como defensor de las formas clásicas, y con mejores maneras que muchos cineastas americanos, en su thriller Los canallas duermen en paz. Nuestro Buñuel, exiliado en Méjico a causa de la dictadura franquista, filma también en esa época dos películas: Nazarín y Los ambiciosos; no hace falta señalar que en ambos títulos, poca conexión estilística y argumental se encuentra respecto al cine comercial americano.
En Estados Unidos el reto resultaba más complicado, la audiencia del país no concebía la cinematografía si no era presentada bajo los parámetros tradicionales; sin embargo, hombres como John Cassavetes demostraron que no todos los directores norteamericanos iban a continuar con el guión establecido. En 1959, debuta con Shadows (Sombras) y poco después, en 1960, afirmará que “el cine oficial en el mundo está acabado”, al considerarlo “moralmente corrupto, estéticamente obsoleto, temáticamente superficial y temperamentalmente aburrido”.
Pero 1959, año en el que la muerte del cine “a la antigua usanza” comienza a hacerse realidad, también conlleva un magnífico escaparate para el clasicismo que se pretende derrocar. Grandes maestros de cine clásico continúan presentando a los espectadores parte de una obra que, en muchos casos, llegará a merecer sobradamente el calificativo de inmortal. El 59 es el año en que se estrenó Ben-Hur, de William Wyler, Río Bravo, de Howard Hawks, y como se propone en este II Ciclo de Cine del TEM, también es la temporada de Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchcock, Anatomía de un asesinato, de Otto Preminger y Con faldas y a lo loco, de Billy Wilder. Justo ahora, en el 2009, se cumplen cincuenta años desde que se mostraron al público todas estas obras maestras.
En este ciclo se pretende pues exhibir el ejemplo de tres de los mejores directores de la historia del cine y, asimismo, reunir a tres de los más populares iconos cinematográficos de todos los tiempos: Cary Grant, James Stewart y Marilyn Monroe.
¡Volvamos a disfrutar de algunas de las últimas grandes obras del cine clásico americano! ¡Regocijémonos del genio cómico en estado puro del maestro Wilder, del suspense del “rey” en tales lides, Alfred Hitchcock, y de la, seguramente, mejor película de juicios de la historia del cine: Anatomía de un asesinato, del injustamente olvidado hoy día Otto Preminger!
Aunque si finalmente usted no disfruta, tampoco se preocupe demasiado, porque “nadie es perfecto”.
Antonio García-Berrio Hernández (Director del ciclo)